LARRA: «ESPAÑA, PAÍS DONDE YACE LA ESPERANZA»

Busto Larra

«No existe el remedio. España no es sino un campo de batalla donde chocan elementos opuestos  que han de constituir una sociedad».

«Me duele que el progreso resbale siempre hacia la improvisación chapucera y dogmática, hacia la demasía de los que invaden el palacio dispuestos a usar todas sus butacas». 

Hay que leerle una y otra vez. Tiemblan todavía sus artículos en nuestra manos: vivos y en rigurosa actualidad pese a los años. Bajo su pluma implacable  se airearon los defectos y corruptelas de una sociedad que continúa igual a sí misma. Mariano José de Larra no se contentó sólo con criticar y ejercer la denuncia sino que esbozó un ideario social. Sus artículos iban destinados preferentemente a denunciar la burocracia, la corrupción política y el nepotismo. Y más, nunca dio tregua a quienes practicaban el favoritismo, la alcahuetería, la intolerancia, la estafa pública y el escaso nivel de convivencia y respeto hacia los menos favorecidos.  Hemos leído mucho, incluso escrito, a (sobre) Larra. Nos atrajo enseguida su apuesta por hacer de la escritura un arma para corregir males y abusos. Y lamentamos que, desde su accidentada muerte no haya surgido nadie capaz de emularle. De ejercer, como él lo hizo, de notario de su tiempo durante una decena de años en los que España se debatía en una grave crisis.  Ejerció la sátira como nadie (acaso algo Quevedo) en sus artículos y llevó hasta el extremo su pensamiento  de que todo escritor ha de denunciar, presionar y desenmascarar cualquier tipo de imposición, abuso e injusticia. Era su pasión. Su ley. Según algunos estudios biográficos, Larra fue un solitario escéptico que se consumía en su clarividencia e intuitivo olfato. Sólo tenía 28 años cuando en pleno carnaval madrileño se suicida de un pistoletazo en su casa de Madrid, dicen que ante un espejo. Resulta cómodo y romántico, atribuir su muerte a la causa más inmediata y sentimental: la desilusión amorosa y la ruptura -aquel mismo día- con Dolores Armijo. El «pistoletazo» no es un impulso momentáneo por desamor ni el gesto último de un romántico, sino el resultado del deterioro que Larra experimenta. El ideal frustrado que ante él se abre paso de una sociedad, la española. Se le había muerto la esperanza. Sus últimos artículos así lo proclaman: «Grandes palabras: política, saber, gloria, amor , religión se han quebrado . La vida sólo es un viaje. Nada existe al final. Nada.» En una ocasión asistimos por casualidad a un homenaje que cada año se celebra (al cumplirse un aniversario más de su muerte) en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo. Escritores y periodistas loaron a quien Francisco Umbral -que ejerció de maestro de ceremonias vestido de severo luto- mencionó como «el más grande crítico e intelectual de la España del siglo XIX»

Y fue un 13 de febrero de 1837 cuando un joven poeta, por entonces desconocido, rccitaba ante su tumba estos versos: «ese vago clamor que rasga el viento / es el son funeral de una campana». Se llamaba José Zorrilla.

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